Ellos fueron engañados por la Reina del Aquelarre Oscuro, que les ató mágicamente para extraer poder. Ahora ellos buscan venganza y acabar con la hechicería allí donde anide y more. Cada uno de los cazadores posee sus propios dones, pero todos tienen en común la inmortalidad y el odio por la brujería. Ahora se enfrentan a un reto nuevo que les podría arrancar de la soledad y descubrir que la vida es algo más que la muerte y la destrucción: el amor. Para ello deberán caminar por un camino tortuoso lleno de intrigas donde lo que creen podría no ser cierto, y a veces tu enemiga podría ser tu salvadora.

Brigit, una bruja versada en la necromancia, pretende evitar un gran mal, y para ello debe realizar un pacto con Caronte, el recolector de muertos, pero el precio de ese pacto será la condena de su propia alma.
¿Qué puede salir mal cuando se pacta con una criatura oscura?

cene1
     Brigit era una bruja que había pertenecido al Aquelarre Oscuro. Durante siglos, los aquelarres oscuro y el blanco se habían enfrentado en una guerra sin cuartel hasta casi aniquilar al blanco, y en el proceso, el oscuro había recurrido a pactos con demonios para obtener poder corrompiendo su esencia en el proceso. Todas esas actuaciones llamaron la atención de los cazadores de brujos, unos hombres inmortales que habían sido agraviados por la reina oscura y dedicaban su existencia al exterminio de la brujería. Brigit se había pasado tanto tiempo temiendo a los cazadores que, al igual que todos los de su secta, los eruditos, había ignorado la corrupción que se extendía por su Aquelarre, hasta que se tuvieron que enfrentar a la realidad cuando tuvieron que salvar a un bebé que querían sacrificar a algo incluso más perturbador que un demonio. Las ancianas, las elegidas de la Diosa Oscura, uno de los tres aspecto de la Triple Diosa, y a la que servían en su aquelarre, estaban enfrentadas a la reina debido a su corrupción y ordenaron a los eruditos que abandonaran el Aquelarre Oscuro. Se vieron obligados a colaborar con los cazadores, y finalmente, cuando decidieron abandonar a los suyos, fueron acogidos por estos, fusionándose con su organización. Ahora mismo Brigit se sentía en un caos, confusa, con miedo, pero al mismo tiempo contenta. Era un nuevo comienzo, y no se engañaba a sí misma, en el fondo todos sabían lo que se cocía dentro del aquelarre, y se sentía aliviada de no tener que justificar o ignorar por más tiempo actuaciones como los sacrificios, y la invocación de demonios con los que pactaban, casi podría jurar que su conciencia estaba mucho más ligera ahora. No obstante, para evitar las consecuencias de las actuaciones de uno de los diáconos de su aquelarre, nombre con el que describían a los cargos en una ciudad, tuvo que invocar a Caronte, el barquero, y pedirle que le llevara hasta un lugar en el inframundo. Él tan solo le pidió a cambio que le acompañara en las noches de Luna nueva en su trayecto. Brigit entendía esa petición, debía sentirse muy solo en esa barca y debía desear compañía. Para ella era una situación única de conocer el inframundo, y poder explorar lugares inimaginables. Se sentía satisfecha con el acuerdo.
magician-3047235_1920

Introducción.

Brigit observó cómo su amiga entraba en la fiesta de la casa capitular con el cazador. Tenía que asegurarse de que no le iba a hacer daño, así que le estuvo siguiendo discretamente por el plano de los espíritus, en el que ella era una experta, y ese conjuro, uno de los que tan solo ella conocía entre otros motivos porque era su versión de otro muy antiguo, con el que decían que las viejas brujas eran capaces de volar. De momento, Angelica estaba a salvo, y había que reconocer que Aren, el cazador, era bastante apuesto, especialmente con el smoking que llevaba. No obstante, no era de su gusto, estaba demasiado vivo para que a ella le interesara. Ahora tenía que ir al cementerio a hacer una poderosa y peligrosa invocación. Se movió en el mundo de los espíritus como si fuera un fantasma más, los muertos a veces acompañaban a los vivos deseando agarrarse a la vida que ya no les acogía, y muchas de las personas que paseaban por las calles, y que no podían verla, iban acompañado por algún familiar, o enemigo, nunca se sabe cuánto se puedo odiar tras la muerte. Brigit los ignoró a todos, incluso cuando los muertos se fijaban en ella, sabían que estaba viva y eso les molestaban porque ellos ya no. Llegó a la puerta del cementerio, esta parte era más complicada, los fantasmas que habitaban en este lugar podían dañarla, así que hizo algunas protecciones que les repelía y se adentro hacia el lugar donde las lápidas rezaban los nombres y las fechas en la que los difuntos murieron, hizo un círculo en el centro y se quedó de pie, en medio de la circunferencia con las manos a ambos lados. Se había vestido para la ocasión, en vez de su acostumbrado atuendo negro llevaba un vestido de lino blanco que se ajustaba a su cuerpo por la parte de arriba y el resto se extendía como si volara dotándole de un aspecto vaporoso. Su cabello negro lo llevaba suelto tan solo atado por una cuerda plateada hacia la zona de las sienes que recorría la trayectoria hasta anudarse en la nuca alrededor de mechones de pelos con los que se enredaban. Iba maquillada cuidadosamente resaltando el color blanquecino de fondo con los rojizos y el azul. Algunos piercings, uno en los labios, otro en la nariz y varios en las orejas remataban su apariencia. Elevó las manos y comenzó su invocación, no sabía si acudiría, era la primera vez que le llamaba, nunca había tenido un motivo importante para ello hasta ahora, y a él no había que molestarle con menudencias. Cuando ya creía que no acudiría, una bruma se formó a su alrededor y escuchó el ruido del rio Estigio. Brigit le observó, no era como se lo había imaginado, una imagen sobria y horrenda, sino como un hombre alto, con aspecto tan pálido que no desentonaba en el lugar mortecino donde se encontraba. Era guapo, exóticamente guapo, con el cabello blanco cayéndole alrededor de un rostro casi juvenil, no aparentaría más de treinta años, y, aunque su apariencia era apacible, no debía dejarse llevar por engaños, era muy peligroso, hasta el punto de que su mera presencia aterrorizaba a todas las almas que habían estado cerca de ella antes de que le llamara.

—Caronte — susurró Brigit casi en un suspiro.

El barquero se acercó con la barca hasta donde ella estaba. Antes de invocarle le había estudiado bien, incluso en libros y pergaminos que ya nadie recordaba. Vivió como un hombre una vez, y fue condenado a ser el barquero de los muertos por toda la eternidad. Mitad espectro, mitad humano, porque no había muerto físicamente, fue condenado a la más absoluta soledad, la diosa sabe por quién o por qué.

—¿Qué deseas mortal? Aun no ha llegado tu hora, ¿por qué buscas la muerte antes de tiempo? — dijo Caronte en una voz llena de suavidad y poder que retumbaba por todo su ser.

Brigit sacó un objeto de su bolso. Era un poderoso talismán que sabía que los espectros apreciaban, dado que nada que fuera del mundo de los humanos salvo lo mágico podía quedarse en el mundo de los muertos. Sabía que el barquero cobraba en monedas a los que se llevaba, pero eran monedas de los muertos, y siempre se preguntó si no las guardaba para comprar su propia libertad algún día.

—Toma — dijo Brigit alargando la mano hacia él.

—No me has respondido, ¿qué quieres? — insistió el barquero.

— ¿Conoces el libro de los tormentos? — Brigit aguardó hasta ver que con un leve gesto mostraba que sabía de qué hablaba antes de continuar — La invocación de la Sala de la verdad va a ser realizada y no sé si lo podemos evitar. Quiero que me lleves sana y salva al límite del mundo de los muertos donde está la sala y me traigas al mundo de los vivos de nuevo.

—Yo solo llevo muertos, si quieres venir ya sabes cómo debe ser — dijo Caronte.

— ¿No aceptas mi ofrenda por llevarme y traerme viva? — dijo Brigit mostrando el talismán que brillaba como una estrella en mitad de la noche en el mundo espiritual.

Caronte miró el talismán, y luego se acercó aun más hasta donde se encontraba Brigit. Rozó con su dedo helado la mejilla de la mujer viva, quizás anhelando lo que ya no era suyo. Por un instante, pensó en pedirle algo, pero pareció cambiar de opinión mientras la observaba.

—Deberías marcharte ahora que puedes — dijo Caronte en un susurro.

—No puedo, debo evitar que el desastre ocurra. Dime qué deseas tú — insistió Brigit casi con curiosidad.

Caronte durante unos instantes parecía que iba a pedir algo, pero al poco tiempo cambió de nuevo de opinión y le ofreció su fría mano a la mujer.

—Me deberás un favor que te pediré en su debido tiempo — dijo el barquero mientras cogía la mano de Brigit para ayudarla a subir a la barca—. ¿A dónde quieres que te lleve?

—Lo más cerca que puedas de la Sala de la verdad. Quiero poner protecciones a su alrededor para que no puedan abrir el portal.

El barquero asintió y continuó el viaje por el inframundo. Brigit no podía permitir que el desastre ocurriese, debía ayudar a Angelica en todo lo que pudiera. Brigit observó a Caronte, sentía mucha curiosidad por su historia, pero no se atrevía a preguntarle, ni a abusar más de su compañía de lo que ya le había dado. El camino fue extremadamente silencioso, no se atrevía a mirar al río Estigio porque decían que estaba repleto de almas perdidas. El barquero seguía imperturbable. No necesitaba mover el remo, la barca casi iba sola por mera voluntad de Caronte. Cuando llegó cerca del río de fuego la barca se paró.

—Esto es lo más lejos que te puedo llevar. Si te bajas de la barca no podrás volver al mundo de los vivos — advirtió Caronte a Brigit.

—No necesito bajarme. ¿Qué hay más allá del río de fuego?

—El río de fuego lleva hasta la sala de la verdad, y más allá hay criaturas que escapan a nuestro entendimiento. Nunca deberían salir de allí.

—¿Y si salieran? —preguntó Brigit acercándose al barquero.

—Si salieran buscarían ir al mundo de lo vivos y allí, lo que podría ocurrir sería desastroso — explicó Caronte sin importarle lo más mínimo.

—Tienes que acercarme más, Caronte. Algo debe existir en el mundo de los vivos que te importe.

Caronte se giró para observar a Brigit con una mirada tan desapasionada que cualquiera pensaría que había perdido el gusto por todo hacía mucho tiempo.

—Sí, hay algo que deseo — dijo Caronte finalmente—. La soledad en este mundo es absoluta. Creía que hacía mucho que dejé atrás esos sentimientos de nostalgia. Desear un poco de compañía. Si quieres que te acerque más deberás venir conmigo, en mi barca, cada noche de luna nueva de aquí hasta que yo decida. Desde la puesta de sol hasta la salida del mismo me harás compañía en mi viaje por el río Estigio. Segundos antes del amanecer yo te devolveré al mundo de los vivos sana y salva. Si aceptas esa condición yo te llevaré hasta donde desees.

Brigit se sorprendió por la insólita petición del barquero. Podría negarse, pero entonces no podría asegurar la puerta, y además, era una oportunidad única de estudiar el inframundo. Observó los ojos de Caronte que la contemplaban desapasionadamente. A pesar de su petición, parecía que la respuesta le era indiferente, aun así, debería quedar algo de humano en él para desear compañía de un vivo.

—Acepto —dijo Brigit finalmente —. Llévame.

Caronte bordeó con su barca el río de fuego. No importaba por dónde él navegara el río Estigio le seguía, y con él, todas las almas que se ahogaban en la pena del mismo. Llegaron a un muro de fuego que bordeaba una línea que separaba un lugar de otro.

—El límite —dijo Caronte que no había hablado en todo el trayecto —. ¿Qué harás ahora?

—No puedo impedir que abran la puerta, pero puedo dificultar que crucen al mundo de los vivos, quizás ganar tiempo sea suficiente —dijo Brigit sin mucha convicción, pero tampoco es que tuviera más opciones.

Brigit comenzó a usar algunos conjuros que tejían una barrera invisible alrededor del muro de fuego. Le llevó más tiempo del que había calculado en un principio, pero no podía dejar ni un solo hilo al azar y tan solo concluyó cuando estuvo satisfecha.

—Hemos concluido —dijo Brigit a Caronte cuando percibió que la energía que había insuflado al conjuro brillaba como los fuegos fatuos, con una leve luminiscencia—. Devuélveme a casa.

El barquero hizo un gesto de asentimiento y giró la barca desandando el camino hasta el lugar de donde la recogió. Extendió la mano hacia Brigit para ayudarla a bajar hasta el cementerio. Brigit aceptó la gélida mano, pero antes de dejarla bajar la acercó un poco hacia él.

—Recuerda nuestro pacto — dijo Caronte casi en un susurro.

— ¿Cómo podía olvidarlo? — respondió Brigit sin dejar de mirarle —. ¿Deseas algo del mundo de los vivos la próxima vez que nos veamos?

—Tan solo tu presencia —dijo el barquero una vez que la dejó en el suelo del cementerio desapareciendo junto a su barca entre la bruma que su presencia formaba en el mundo de los vivos.

“Y este fue un día único”, concluyó Brigit escribiendo en su diario. “El inframundo, un lugar donde las almas atormentadas luchan por escapar”. En realidad, Brigit no vio ni una sola alma atormentada en todo el trayecto, salvo la suya, y lejos de preocuparle en aquel instante, el cazador que iba tras Angélica, se sentía agobiada por la cantidad de mensajes que le llegaban de su madre al móvil exigiéndole que fuera a una reunión familiar con amigos de sus padres. “Jamás debí haber hecho aquel conjuro para conseguir que la comunicación del móvil no se cortara en el otro lado”. “Maldito Goblin que me dio la receta del conjuro”. Cerró delicadamente el diario, satisfecha de su labor. Un mundo de posibilidades se extendía a su alrededor y tan solo debía cumplir un pacto que le beneficiaba a ella mucho. Escribiría unos cuantos libros sobre el inframundo, y en generaciones futuras, todas las brujas que se acercaran a la necromancia deberían leerlos obligatoriamente si deseaban entender ese arte, pero aún tenía que ayudar a Angélica a escapar del cazador, y esquivar a su madre, a su hermana, mucho más peligrosas que los cazadores si deseabas mantener tu identidad estética intacta, evitando que te vistieran como una muñeca Barbie lista para conocer a su Ken. Cambiar el yate de lujo de Ken por una barcaza fúnebre, a su madre le daría un infarto, sin duda. Con el tiempo podría convencer a Caronte para que se pusiera un pañuelito rosa, le podría quedar bien y darle un toque de color a ese trabajo suyo tan dinámico. Tendría que contarle algo a su familia para las noches que estuviera en la barca. No podía coger el teléfono delante de una criatura mítica y decir “ Sí, mamá, te prometo que me quitaré las cruces y los piercing (algún día, claro está)” o “no mamá, no estoy en una cita con un hombre decente”, porque si algún día se relataran las historias de Brigit en el inframundo habría que hacer algunos tijeretazos.

Brigit dejó el diario dónde anotaba todos sus sucesos, especialmente los mágicos y de levantó para ducharse. Aún le quedaba mucho que hacer para ayudar a Angélica.

barca

Brigit se miró de nuevo en el espejo y unas hebras blancas más aparecieron. No eran canas, eran de un blanco mortecino. Estaba asustada, aterrada y no sabía cómo escapar de ese callejón sin salida en el que se había metido. Había pasado una semana entera sin moverse de la cama, languideciendo sin apenas comer. Quería morir y si supiera que la muerte la iba a salvar de su destino lo haría, se quitaría la vida. No sabía cómo consolarse, ni tenía la mente clara como para intentar solucionar el problema, pero le quedaba poco tiempo antes del desastre. Se puso de pie, y con la misma ropa que llevaba durante días y sin mirar si le quedaba restos del maquillaje que no se quitó, sacó un billete de avión y pidió un taxi hacia el aeropuerto. Si ocurría lo peor tendría que dejar muchas instrucciones, pero eso ya lo leerían cuando no hubiera otra solución. Pasó el tiempo en el avión mirando por la ventanilla calmando la mente. No iba a lograrlo, y el tiempo se le acababa, en breve todo su cabello estaría completamente blanco y ya no habría nada que hacer. Tomó otro taxi cuando llegó al aeropuerto y pagó cuando estaba en frente de la casa de Aren y Angelica. No había avisado de que iba, y eso que tuvo tiempo de escribirles de varias formas

Salió del taxi y llamó a la puerta, No tuvo que esperar mucho antes de que Aren abriera la puerta. Iba tan solo con un pantalón de deporte y el bebé en los brazos. La miró de arriba a abajo y se apartó para que entrara.

– ¿Qué te trae por aquí, Brigit? – preguntó Aren mientras esta entraba en la casa.

–Busco a Angelica, ¿no está?

–Está a punto de llegar, pero cuéntame, ¿qué te pasa? Tienes pintas de haber escapado de un infierno. Desarreglada, sin asear, y ¿te has pintado mechas blancas?

–No, estoy metida en un buen lio, y estoy muy asustada – dijo Brigit desmoronándose en un sillón.

– ¿Y lo dices ahora? – preguntó Aren con el bebé sujeto en uno de sus brazos – Ahora estáis con nosotros, si te metes en un lio te sacamos de él.

–No es posible, no me puedes ayudar, ni tú ni nadie. No es algo que se pueda arreglar pegando al tipo que me ha jodido.

–Yo no diría lo mismo. No creo que no haya nada que no se pueda arreglar con la violencia, al menos cuando usas la suficiente – dijo Aren mirando a Brigit.

–No es alguien que esté exactamente vivo, pero no como tú, sino de una forma más extraña. Y es más viejo que vosotros, incluso.

–Aunque de mal gusto has dicho la palabra clave, somos viejos, bastante más que tú. Si tienes un problema a lo mejor sabemos cómo sacarte.

–De acuerdo – dijo Brigit asintiendo y sacando un diario de su bolso –. No pensaba que lo recibierais hasta que fuera demasiado tarde. Leedlo cuando me haya ido y llamadme si tenéis una ayuda para mí.

–Vale, pero vete a la ducha porque ya no es solo que te gusten los muertos, es que hueles como uno, y luego cenas con nosotros. Mañana ya te piensas que haces.

–De acuerdo –aceptó Brigit con deseos de descansar aunque fuera un día y estar con su amiga Angelica.

Subió a la planta de arriba y se dio una larga ducha, dejando caer el agua como si eso pudiera limpiarle de todos los problemas. Luego salió afuera y vio ropa encima de la cama, y la suya ya no estaba. Probablemente había sido Angelica, que había echado a lavar la suya. Se puso la ropa, se peinó y bajó a la planta de abajo. Se paró un instante a ver a Angelica y Aren leyendo su diario con el bebé dormida sobre el cazador. Eran una familia tan encantadora que daban asco, pero Brigit los quería.

–Dije que lo leyerais cuando ya me hubiera ido

– ¿De veras, Brigit? – preguntó Angelica señalando lo que estaba leyendo en el diario – ¿Se te ocurrió hacer un trato con él?

–En aquel momento necesitábamos frenar lo que nos venía encima. Si no lo hubiera hecho, Aren no habría podido evitar que las criaturas que estaban agolpadas contra la barrera llegaran.

–Hiciste un trato con el mismo barquero del inframundo sin saber lo que le estabas ofreciendo. Al menos debiste haber consultado con alguien antes de sufrir estas consecuencias – dijo Angelica con el diario en la mano.

–En aquel momento era lo mejor que pude hacer y ahora, bueno, Caronte ha resultado ser un cabrón de manual. Cuando todo mi cabello esté blanco ya no habrá nada que hacer.

–Nunca nos rendiremos – dijo Angelica con un gesto de empeño.

–Pero yo estoy limitada, y cada vez lo estoy más – dijo Brigit sentándose en el sillón que estaba cerca del sofá en el que ellos estaban sentados.

– ¿Y Ezequiel? ¿No te valdría? El conoce las almas, los pecados y las culpas, y este Caronte debe tener mucho de eso – dijo Aren que leía el diario con Angelica mientras acariciaba la cabecita del bebé.

–No lo había pensado – dijo Brigit pensativa –. Necesito saber todas sus debilidades, porque físicamente no te puedes ni acercar a él mientras tenga su remo encima, mucho menos hacerle daño, y aunque pudiéramos, ni debemos, porque alguien debe hacer ese trabajo. Ese es el maldito problema.

–Dices en el diario que una vez fue humano, y que aún lo es, que no ha muerto. Si fue humano debemos saber quién fue y qué hizo y de ahí quizás podamos averiguar cómo solucionar tu problema. De esta parte me encargo yo.

–Invitaré a Ezequiel y a Violeta a venir a casa para que hables con él. Es mejor que descanses un poco. En ese estado de espectro desaliñado no vas a resolver nada – dijo Aren mirándola detenidamente.

–Gracias chicos. Os quiero mucho. Di algún día, cuando resuelva todo esto necesitáis una canguro para cuidar a Eva, me lo decís. Yo soy un desastre cuidando bebés, pero tengo mucha mano en que otros lo hagan por mí.

–Lo tendremos en cuenta cuando tengamos doce hijos – dijo Aren ante la mirada de horror de Angelica y Brigit –. Ahora ve a comer antes de que te quedes en los huesos.

–Está bien – dijo Brigit levantándose y sentándose en la mesa donde Angelica le habría puesto algo de cena.

5 comentarios en “El barquero del inframundo

  1. Tengo el libro muy adelantado, pero la trama se ha complicado y necesito pensar un poco cuántos datos voy a dar en ese libro. Os iré avisando de las novedades

    Me gusta

    1. El libro está ya acabado, pero me falta un repasillo y algunas cuestiones finales como los epílogos que suelo añadir, así que en breve es posiblemente en ya. De hecho pensé en sacarlo a principios de Junio, pero quiero pensar algunas cosillas más

      Me gusta

Deja un comentario