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En este libro podéis descubrir la historia de Bram Betila, el hijo más peligroso y mortífero de la reina del Aquelarre Oscuro, cuya vida ha estado constantemente amenazada por su propia madre desde su más tierna infancia y nunca ha conocido una familia o el aprecio de un amigo, en un ambiente donde el más fuerte sobrevive y a veces debes destruir a los más cercanos para garantizar tu supervivencia. Ahora se enfrenta a una nueva contrariedad: si su madre averigua qué es en realidad se lo arrebatará y el final de los cazadores será inminente. En él también aparece un nuevo elemento en juego: El Aquelarre Rojo que se ha mantenido en las sombras hasta este momento que ha decidido mover ficha para conseguir sus objetivos, pero ¿es beneficioso para los cazadores o serán un problema en el camino? Nicki, la bruja roja, tiene mucho que decir en todo esto antes de que el desastre se precipite.

Bram Betila, hijo de la Reina del Aquelarre Oscuro, y famoso playboy es obligado por su madre a aceptar un matrimonio de conveniencia. Disgustado por su situación y ocultando secretos que podían llevarle a su destrucción, debe moverse con cuidado entre las intrigas que se producen en el seno de su aquelarre.
Nicki, la hija de la líder del Aquelarre rojo, hechiceros que se han mantenido ocultos hasta el momento, está decidida a matar a Bram, el hijo de la reina y comenzar una guerra sangrienta, pero al final nada sale como lo planeado.

Capítulo 1.

Todo lo que ves en este mundo es un engaño, una ilusión. Lo único real que nos aguarda es la muerte” “Benditos aquellos que derraman sangre de otros para después morir a manos de los que quieren vengar a sus víctimas” . Bram leía aburrido esa sentencia grabada en piedra. Él ya estaba harto de la muerte y de las amenazas. Había tenido mucha dosis con su madre que le había considerado un insolente desde que nació, y a su parecer, lo sería hasta que muriese. Miró de nuevo el lugar, la Torre de los Buitres, donde los kasisines mantenían su “guarida secreta”. La palabra kasisin era una deformación de otra más antigua proveniente del egipcio que venía a significar asesino del ka. El ka era una de las tres almas de las que hablaban en los textos egipcios, la que te otorgaba la fuerza vital en esta vida. No era de extrañar toda esta parafernalia egipcia, dado que la magia de los kasisines provenía de ahí, de las antiguas casas de la muerte, donde ocultaban los secretos incluso de la resurrección. Aquí se supone que escondían el famoso libro de los muertos, donde está el nombre de todos aquellos que morirán sin ver la luz, cuyas almas serán destruidas. El Nido estaba rodeado de misterios y secretos, y el principal responsable era el Sumo Sacerdote, al que denominaban Anubis, en honor al Dios de la muerte. Los kasisines sentían desprecio por todos aquellos cuyos nombres se encontraban en el libro de los muertos. Decían que la misma Diosa Oscura había indicado cuales eran aquellos que le desagradaban y habían perdido el respeto por ellos. Los egipcios la llamaban Neftis, y era la hermana de la señora de la vida, Isis. Dos hermanas, dos aspectos distintos; vida y muerte. Bram tan solo deseaba no ver su nombre en ese maldito libro, porque los kasisines trataban realmente mal y cruelmente a todas las víctimas cuyo nombre coincidía con uno de ese libro, de hecho había un ritual para destruir el alma, y tan solo se usaba si tenías esa mala suerte. Bram vio una vez realizarlo, era algo que todos los que entraban en a torre experimentaban, participar en el ritual. El pobre diablo al que se lo hicieron cuando él era apenas un novicio, sufrió un tormento atroz y una vez muerto, su alma destruida y convertida en una sombre sufriría por toda la eternidad por todo lo perdido. Esperaba que eso último sobre la sombra fuera un cuento, Bram no era propenso a pensar en otras vidas más allá de la muerte, ya tenía bastante con la suya, aunque quizás sí debía planteárselo dada la animadversión que su madre le guardaba. Cuando le indicaron que le iban a atender se levantó y entró con cautela en la sala donde le aguardaban. El Sumo no estaba, en su lugar su hija leía en una mesa de escritorio unos documentos y le hizo esperar hasta que levantó la cabeza finalmente para prestarle atención. Bram no esperaba encontrar a Irilia, ni lo deseaba. Hace tiempo tuvieron un tormentoso romance que acabó con ella colocando veneno en su comida, y habría muerto si su padre no hubiera realizado rápidamente un hechizo para anular los efectos nocivos. Bram decidió en ese instante no enredarse en relaciones profundas con las mujeres, y más si son celosas. Desde ese día no se volvieron a ver. Ella le evitaba por orden de su padre, y él la prefería en otro planeta, si era posible. Bram la miró a la cara. Ella disfrutaba atormentándolo porque lo odiaba, y ahora tenía ese rictus en el rostro, como si sus labios mantuvieran un gesto de reprimir una sonrisa que le indicaba que no le iba a gustar lo que le diría. Aguardó pacientemente, aunque ella pensara que le fastidiaba haciéndole esperar, él prefería no enfrentarse a ella ni ahora ni nunca. Finalmente se levantó de la silla y se acercó a él, dio una vuelta a su alrededor y le besó apasionadamente. Él sintió el cuerpo de ella, cálido, pegado al suyo y recordó lo ardiente que era en días pasados y le correspondió casi como si su cuerpo rememorara esos días y no se cuestionara si era conveniente. Bram atrapó la mano de ella antes de que bajara hasta tocar la cremallera de su pantalón. Él oía el sonido de su respiración agitada casi invitándolo a continuar y hacerle concluir en jadeos, y tuvo que calmarse y recordarse a sí mismo el precio de cometer ese mismo error del pasado.

¿Qué quieres Irilia? — preguntó Bram alejándose de ella casi como si le fuera a contagiar algo.

Dime, ¿cuántas ha habido después de mí? — preguntó la mujer esperando escuchar que no la había olvidado.

Muchas. No llevo la cuenta. Espero que tú también hayas pasado página — dijo Bram reprimiendo el deseo de humillarla —. Pero supongo que no me has llamado para rememorar viejos tiempos, o para tener un polvo rápido.

Aún estás enfadado por el pequeño malentendido — dijo la mujer con resignación.

No me importa como lo llames en tu mente, y si vamos a discutir sobre el pasado salgo por esa puerta ahora — dijo Bram reprimiendo su enfado.

Cálmate. Solo te he llamado para darte un trabajo que es perfecto para tí — dijo Irilia recuperando la compostura —.Mi padre anda ocupado para preocuparse de algo tan nimio.

Bram recuperó el aliento y la observó con frialdad. Sabía de qué iba el asunto, el encargo no le iba a gustar e Irilia le pidió a su padre que le permitiera a ella ser la emisaria de las malas noticias. Ese era el motivo por el que le gustaba las mujeres tontas y superficiales, ya tenia demasiada dosis de arpías que le hacían la vida imposible en su vida, y que lo matarían sin dudarlo, ya fuera su madre, su hermana o una antigua amante.

Pues dame el encargo y me largo — dijo Bram con acritud.

¿Tan rápido? — dijo Irilia con un ronroneo casi fingido —. El encargo es de las mismas Ancianas. Te ordena que mates a tu madre y le hagas el ritual de destrucción del nombre.

Eso es una broma — dijo Bram entre divertido y molesto —. O una venganza tuya.

En absoluto. Pero también han dicho que te tomes tu tiempo, el que necesites.

Entonces no es una broma. Es lo que pienso hacer algún día, matar a mi madre. Es una constatación de un hecho.

Entonces estamos todos de acuerdo y felices — dijo Irilia molesta por la reacción indiferente de Bram. Bram suponía que esperaba que le tuviera un miedo atroz a su madre, o que la temiera hasta la muerte y esperaba una reacción de horror por parte de Bram, pero eso no iba a pasar, y aunque fuera así, no le pensaba dar el gusto de disfrutar de su contrariedad.

Adiós Irilia — dijo Bram dejándola con la palabra en la boca y cerrando la puerta a su salida de la sala.

Bram suspiró ya fuera del lugar. Matar a su madre era su meta desde que nació, y si fallaba casi que le daba igual, iba a morir de todas formas. Se dirigió a la calle mientras miraba las instrucciones de su madre: encontrar una bruja blanca en un pueblo llamado Bruja Blanca. Hoy parecía que todo el mundo le quería tomar el pelo, o quizás era el destino, que jugaba con su cordura. Aún tenía un encargo que hacer en uno de los suburbios del Cairo y le apetecía caminar después de su encuentro con su ex novia, o lo que fuera. Se paró un instante al percibir el cambio de temperatura de la suave brisa en su piel. Inspiró, oliendo el suave olor a jabón y canela. Era un don suyo, su olfato, capaz de discernir todo tipo de matices y sutilezas. Era una mujer sin duda y llevaba un rato siguiéndolo. Bram sonrió acariciando el cuchillo que llevaba oculto, aunque no era común que una mujer se adentrara sola en un suburbio del Cairo para atacar a alguien y el olor no pertenecía a ninguna de sus novias, de eso estaba seguro. Por un segundo pensó en ocultarse y prepararle una emboscada pero decidió hacer creer a quién fuera que era un inepto. Pisó uno de sus zapatos para desatarse un cordón con el otro pie y se agachó a atarlo de nuevo pendiente de lo que pudiera pasar. Se giró a tiempo para evitar que una navaja de aire, tan afilada como el acero pulido, le cortara la garganta. Bram sonrió sin darse la vuelta, calibrando qué hacer con su agresor; si matarlo, o interrogarlo primero para saber quién lo envió a por él. Ese conjuro de aire no era algo que hubiera visto anteriormente en el Aquelarre, y o bien, era un hechicero muy imaginativo, o estaba ante otra cosa. Bram se dio la vuelta casi con parsimonia levantando los brazos en plan rendición para ver a su enemigo. En frente suya había una mujer. No demasiado hermosa, más bien anodina, pero tras fijarse bien, se dio cuenta que ese aspecto no era el verdadero suyo.

Has tenido suerte de que te agachaste a atarte los cordones a tiempo, escoria oscura — dijo la mujer con una sonrisa a medio formar.

Escoria oscura — repitió Bram —. Quien te enseñó a insultar era lamentable en eso. ¿Qué quieres?

Matarte. Creo que quién te enseñó a tí a deducir era aún más lamentable — dijo la mujer tratando de golpear a Bram de nuevo.

Bram podía haber usado sus dones para ir más rápido, como ella estaba haciendo, pero pretendía que le subestimara. Acarició su cuchillo, y sabía que podía matarla. Un solo roce con esa afilada hoja llena de veneno serviría para que gritara de dolor hasta morir lentamente. La mujer cayó sobre él y le golpeó haciendo que sangrara. También pudo haber esquivado ese golpe, pero pretendía saber al menos quién diablos era ella.

Para — dijo Bram con ella encima suya ambos tirados en el suelo —. A parte de que estás echando a perder mi chaqueta cara, al menos dime por qué.

¿Por qué? — preguntó la mujer incrédula acomodándose sobre la cintura de él —Tus delitos son muchos, tratar con demonios, asesinar inocentes…

En breves palabras, por ser hijo de mi madre. Y tú ¿quién diablos eres? Ya que estamos de presentaciones.

La que se va a quedar con tu linda cabecita de chico guapo de trofeo — dijo la mujer con una sonrisa divertida pasando el dedo por la mejilla de Bram.

Bram casi disfrutó el instante. Había algo en esa mujer que le gustaba, y nadie le había pagado por su cabeza, así que dejó el cuchillo donde estaba y se hizo el indefenso.

¿No podemos hablarlo? Puedo pagarte más que quién te contratase para esto — dijo Bram evitando darle un aire divertido a la pregunta.

Va a ser que no — dijo la mujer que no había cambiado de postura en el rato que creía tener a Bram inmovilizado.

Bram dio un giro inesperado colocándose sobre ella y deshaciéndose de la presa.

¿Sabes? Hablas demasiado para ser una asesina. Los mejores, son silenciosos — le susurró Bram al oído.

Bram se levantó ágilmente y salió corriendo usando uno de los dones que le confería más velocidad hasta meterse en uno de los establecimientos de la zona y perderse de vista.

¡Mierda! — gritó frustrada mientras se levantaba y sacudía el polvo del suelo.

Tiene razón, Nicki. Hablas demasiado. Podías haberlo matado desde el principio — dijo una voz en el intercomunicador que llevaba en la oreja.

Tuvo suerte, se agachó a atarse los zapatos justo cuando…¡ Oh no! ¡Mierda! — gritó Nicki tras meter la mano en el bolsillo — Se ha llevado el collar.

¿Cual collar? — preguntó una segunda voz masculina.

¿Cuál va a ser? — dijo Nicki muy enfadada.

¿El que te dio la Señora de la Guerra y del que te dijo que lo llevaras siempre contigo y lo protegieras con tu vida?

Eres muy audaz, John. Sí, ese — dijo Nicki creando un silencio en el otro lado. — Lo voy a matar — se prometió a sí misma mientras se dirigía enfadada hacia donde huyó Bram.

¿A dónde vas? Vuelve a la base — dijo John molesto —. No podemos cubrirte ahí dentro y puede ser una trampa.

Tiene mi collar — casi gritó Nicki justificando sus acciones.

Ya se lo quitarás cuando esté muerto. Vuelve a la base.

Nicki giró molesta y bajó un par de calles hasta ver la furgoneta negra en la que iba su equipo. Entró silenciosa y cerró la puerta casi de un portazo.